lunes, 31 de mayo de 2010

LA HOMILÍA DE AYER: LA SANTÍSIMA TRINIDAD

¿Te has parado a pensar cuántas veces se invoca a Dios como Padre, como Hijo, como Espíritu Santo en la Misa? El otro día me vino a la cabeza y me quedé con la curiosidad. Yo creo que bastantes veces.

Cuando el sacerdote llega al altar y lo besa (un beso que quiere mostrar la veneración por el "lugar" físico donde va a tener lugar el sacrificio de Cristo), luego lo que hace es la señal de la cruz y lo hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Para un mundo eminentemente práctico, hablar de la Santísima Trinidad puede resultar un poco extraño. Algo meramente especulativo y teórico. A fin de cuentas siempre nos lo han dicho: es un misterio que no se puede entender. Y ahí nos quedamos.

Para un cristiano que se precie de ello no es que no le dé importancia, está bien, una cosa que hay que tener clara, porque incluso lo decimos todos los domingos en el credo, pero ahí queda el asunto. Las cuestiones teológicas para quien se dedique a ello. Mientras tanto a nosotros que nos vengan con algo más práctico.

Y sin embargo, es el eje sobre el que gira nuestra fe, las bisagras que hacen que la puerta pueda abrirse o cerrarse. Es la esencia de nuestra vida, porque es la esencia de Dios. Y Dios es nuestro todo.

Tener un conocimiento superficial de las cosas, de las personas y conformarse con eso resulta un poco frívolo, porque con cuatro pinceladas y cuatro tonterías nos creemos que ya podemos dominar el universo mundo, y no es así. Conocer en profundidad, ir al fondo, a las raíces, es lo que nos da el tono de por dónde hay que funcionar. Y nos enseña a funcionar.

Los amigos se puede decir que si son verdaderamente amigos, se conocen y el uno sabe de qué pie cojea el otro.

¿Cómo seré capaz de querer a quien no conozco? A Dios, que ha de ser el Amor de los amores he de conocerlo cada vez más.

A Dios, que es mi Padre bueno, le debo la vida, soy algo más que criatura suya. Soy, por el bautismo, hijo suyo querido.

Dios que es el Hijo y, al tiempo, hombre verdadero, es mi Redentor, mi Salvador, puedo mirarme en Él y aprender de Él.

Dios que es el Espíritu Santo, es mi Santificador, es el Dios que me trabaja por dentro, que me da luz y fuerza para vivir.

A Dios Padre que es pura ternura y misericordia puedo acudir para que me acoja y perdone después de haberme alejado por mis debilidades y pecados.

A Dios Hijo que ha cargado con la cruz para mostrarme su amor y entregarse por mí, puedo acudir para que me muestre el camino de la humanidad verdadera.

A Dios Espíritu Santo que es el Puro Amor que se desborda si le abro mi alma, puedo acudir para que me fortalezca cuando estoy débil y atribulado ante problemas de la vida.

Y aprendo de Dios Padre a ser comprensivo, y aprendo de Dios Hijo a ser humano y aprendo de Dios Espíritu Santo a ser fuerte. Dios mío, enséñame a no verte con superficialidad, sino a ir a más en tu conocimiento, así podré también amarte con toda el alma.

Me enseñará María, a la que podemos invocar como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad.

domingo, 16 de mayo de 2010

HOMILÍA SEMANAL: ASCENSIÓN

"Ahora os toca a vosotros". No es lo nuestro vivir mundanizados, como si lo de aquí abajo fuera lo único, pero tampoco podemos vivir ingenuamente mirando a lo alto, como si todo nos tuviera que venir gratis de allá arriba.

Lo nuestro es vivir con los pies bien anclados en la tierra, siendo muy realistas, pero con la cabeza bien puesta en el cielo, donde está Dios, que es el que nos dará el impulso para actuar.

Eso exige en cada uno de nosotros un proceso de madurez humana y sobrenatural, viendo las cosas con objetividad, tal y como son, porque, si no, ni siquiera seremos capaces de reconocer cuáles son los enemigos contra los que tenemos que combatir. Y terminaremos siendo infantes, aunque peinemos canas.

Ante determinadas situaciones quizá lo más fácil es el inmovilismo, quedarse parados mirando al cielo. Pero esa actitud, que puede apoyarse en la nostalgia de esos tiempos buenos, donde todo resultaba o, al menos parecía, más fácil, es algo que hay que superar.

Hay mucho por hacer, y no pueden ser los demás los que lo hagan. No tenemos que esperar que las iniciativas vengan de fuera. Sería lo más cómodo y lo más temerario. Tenemos que ser nosotros los que nos pongamos manos a la obra.

¿Qué hay que hacer? Arremangarse y trabajar mucho y bien, aunque salgan callos en las manos o en el alma.

"Ahora os toca a vosotros". Es el gran reto que nos está planteando Dios y que nos está recordando incansablemente el Papa.

Estos días, en Portugal, un hombre de 83 años, con todo el peso de la Iglesia, y de un mundo alejado de Dios al que se siente llamado a dar luz, no ha dejado de lado su responsabilidad de confirmar en la fe, dar razón de la esperanza y llamar, una vez más, a enraizar el amor.

Lo está haciendo con mucho realismo, sabiendo reconocer los pecados de los miembros de la Iglesia, las heridas de quienes, también desde dentro, desdibujan el rostro de Cristo.

Pero, al mismo tiempo, lo está haciendo con ese sentido plenamente sobrenatural de confiar totalmente en Dios que nunca dejará desasistida a su Iglesia.

Y cuenta contigo.

"Ahora os toca a vosotros". Escuchemos la voz de los Ángeles que vuelven a decirnos: "¿qué hacéis ahí mirando al cielo?"

Es el momento de actuar.

"Ahora te toca a ti. Me toca a mí".

Ponte manos a la obra, no te refugies en excusas, no esperes que sean los demás los que tomen la iniciativa. Y si notas que el peso es muy grande acude a María, la omnipotencia suplicante.