martes, 11 de octubre de 2011

LA MISA UN TESORO QUE ANTICIPA EL CIELO

Is 25, 6-10a / Sal 22 / Flp 4, 12-14 / Mt 22, 1-14. XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo A.

Con cuanta minuciosidad y cariño se prepara una boda. El Señor, que conoce el alma humana, nos propone precisamente ese ejemplo: un gran Señor que prepara la boda de su hijo y pone especial interés en que todo salga bien, en que los invitados queden contentos.

Manda ilusionado las invitaciones y dice, como es habitual: "se ruega confirmación". Pero ahí es donde se va a llevar la sorpresa porque algunos de los invitados no le dan importancia a ese detalle de cariño, de confianza en ellos, y no van. Qué decepción. Qué disgusto se lleva. Después de los preparativos, después de la amistad que había volcado en ellos...

¿Qué significado tiene esa boda? Esa boda es imagen de la Eucaristía, de la Santa Misa. Y también, cómo no, podríamos decir que es imagen del cielo. Porque no podemos olvidar que la Misa es un anticipo de cielo.

Hay muchos que a la Misa no le dan importancia o, por lo menos, la importancia que verdaderamente tiene. Tampoco es que la desprecien, a tanto quizá no lleguen, "pero bueno, si falto, si llego tarde, no pasa nada". Y sí que pasa: que me privo de un tesoro que Nuestro Padre Dios ha previsto para mí, para cada uno de nosotros. Porque es el puente que ha querido trazar para que podamos llegar directos a Él.

La Misa no es un acto piadoso sin más. Mira que es una cosa grandiosa el Rosario. Pero, claro, en comparación no tiene nada que ver. ¿No nos damos cuenta de que la Misa es el mismo sacrificio del Calvario? ¿No percibimos con claridad que en cada Misa que se celebra, Jesús vuelve a entregarse por amor a nosotros? ¿Y no nos deja sobrecogidos? No podemos olvidarlo.

Por eso, acude a esa invitación que supone confianza y amor de Dios para contigo: Dios que quiere hacerte partícipe de sus dones.

No olvides: No es un favor que tú le haces a Él, es todo lo contrario, es un favor que Él te hace a ti. No lo desprecies, no lo desaproveches.

Faltar a la Misa del domingo si no es por un motivo grave, por ejemplo una enfermedad, o cuidar a un enfermo, ¿es, entonces, un pecado? Sí es un pecado grave porque enfría hasta dejar helada nuestra relación con Dios. Nos priva de poder recibir la comunión. Si uno ha faltado a Misa, para poder comulgar hay que confesar antes. No vale decir: voy un día entre semana y convalido. No. No es que esté mal ir a misa entre semana, pero eso no suple la misa del domingo que es el día del Señor.

Pero, además, no puede quedarse ahí la cosa. Tenemos que cuidar mucho cómo vivimos nuestras celebraciones dominicales. Hemos de cuidarlas entre todos. Algo que es fundamental es afinar en la puntualidad. Si de manera habitual llegamos a las lecturas, al Evangelio o a la homilía no escuchamos Misa entera, y nos estamos perdiendo algo esencial.

Es verdad que en alguna ocasión a uno se le pueden torcer las cosas, pero lo que en un momento dado podría considerarse como algo extraordinario, no se puede convertir en algo habitual, en lo ordinario.

Es bueno que vayamos afinando con esas preguntas incisivas que han de atravesar el alma: ¿Cómo puedo yo mejorar, de verdad, de forma palpable mi atención, mi cariño, en esa cita de amor con el Señor? ¿Cómo vivo la Misa? ¿La vivo desde que sale el sacerdote de la sacristía hasta que vuelve a ella? ¿Me doy cuenta de que en la Misa están muy presentes los ángeles venerando al Señor? ¿Soy consciente de que a Nuestra Madre la Virgen te llama también a estar, como ella, muy cerca de su Hijo, Jesús?

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